Hay innumerables canciones en todos los idiomas y literatura en prosa y en verso que hacen referencia a la función terapéutica del alcohol para remediar bajones anímicos provenientes de reprobables comportamientos tales como traiciones, infidelidades, abandonos y otros de parecida índole maligna.
En muchos casos el vehículo utilizado es el vino como en la cueca que pide:
Eche otro litro ‘e vino
Don Ceferino
por caridá
Quiero olvidar del todo
y d’este modo, olvidar
Otro litro de vino! Parece que las penas del parroquiano de Don Ceferino tenían una notable capacidad de absorción etílica.
O el caso de aquel inmigrante nostalgioso que en el tango “La cantina” recordaba su lejano paese y mojaba su evocación con “bon vin”.
En algunas ocasiones la búsqueda de solución va combinada con otras terapias:
“y he venido para eso,
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas”
Nostalgias – Tango – Cadícamo y Cobián
La pretendida salida del deprimente estado anímico es absolutamente tramposa.
El torturante fantasma tal vez se duerma por un rato pero no se muere. Reiterará su visita y lo que el bebedor consigue es agregar a su mal una resaca machaza.
“Quiero por los dos mi copa alzar
para olvidar mi obstinación
y más la vuelvo a recordar”. Nostalgias, again.
En mi opinión lo más preocupante de esta situación es el uso del vino para tan triste e inútil función.
El vino es risueño, alegre, vivaz, gozoso. En ciertas ocasiones se pone serio, formal y profundo pero nunca triste. Siempre se ofrece sin reparos ni egoísmos para permitir una experiencia, solitaria o compartida, única, irrepetible y enormemente gratificante.
No debe entonces usarse como amnésico o analgésico de sinsabores del alma.
Si alguien le sigue atribuyendo al alcohol propiedades apaciguadoras de desazones variadas yo le hago un pedido:
Mamate con otra cosa hermano. No desperdicies el vino.