12 octubre 2010

HOLA VINO 4

Decía Don José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”, señalando así que el ser humano crea un entorno y al mismo tiempo, necesita de él para lograr su plenitud.


Con absoluta falta de respeto tomo prestada la idea para afirmar que el vino es el vino y su circunstancia.

En coincidencia el escritor y pintor belga Jean-Claude Pirotte (n. 1939) en su libro “Les contes bleus du vin” (1988) deja sentado que “el vino es mucho más que el vino”.

Qué es, entonces, ese líquido increíble que tenemos ante nosotros como la cosa más natural del mundo?

Tiene profundidades abismales y explosiones aromáticas, tiene sutilezas y contundencias, tiene sobre nuestras papilas, retiradas y avances que como en un juego buscan desconcertarnos.

Tiene timidez seductora y agresividad acariciadora. Nos brinda reminiscencias de tiempos y lugares y siempre lo hace con calidez compañera y complicidad pícara en el deleite.

A cambio de todo ello sólo pide amor y respeto.

Odia el abuso que deriva de la ingestión inmodesta. “Cuando ya no puedas apreciar el vino que bebes deja de tomar. Estás quitándoselo a quien sí puede hacerlo” decía ese poeta rebelde y maravilloso que fue Omar Khayyan (S. XII).

Hasta aquí en vino. Y la circunstancia?

Somos nosotros. Nosotros con las alegrías, las tristezas, la soledad o la convivencia, los recuerdos, la nostalgia, las ambiciones y las esperanzas y todos los avatares cotidianos que hacen que cada día, cada momento sea distinto.

Ese hoy que mañana será ayer.

Pero en cualquier circunstancia, al reunirnos con nuestro amigo el vino debemos abrirnos y predisponernos a recibir todo lo que generosamente nos ofrece.

Si no es así es preferible dejar el encuentro para otro día.

Verdad que sí?

09 octubre 2010

Hola vino 3

Mi tía Enriqueta tuvo dos hijas.


La mayor, Donnatella, a quien familiarmente llamábamos Donna, se dedicó al canto lírico y tuvo reconocido suceso.

Ella era para mí la prima Donna. La recuerdo seria, imponente y con voz impostada.

Su bebida preferida y excluyente era el Champagne, así con mayúscula, proveniente de las montañas de Reims.

La otra era alegre, sonriente y hermosa. Amaba las flores y los pájaros y los días luminosos.

Se llamaba Vera. Era pues, la prima Vera.

Le fascinaban los vinos blancos con notas frutales, particularmente las cítricas. También apreciaba los tintos livianos y aromáticos.

Bajo la influencia de la prima Vera creo que llegó la hora de prepararnos para el cambio de nuestros hábitos gastro-enológicos.

Hay que ir dejando de lado las comidas densas, “guisosas” y con salsas espesas para poner sobre la mesa manduques menos calóricos.

Y, por supuesto, priorizar la gama fresca de nuestros vinos además de por la lógica armonía con la culinaria elegida, también cuando los bebemos solos. Solos ellos y no en lo personal porque qué lindo es compartir una copa de buen vino sintiendo la caricia de una brisa primaveral. Para comenzar de la brisa.

Estoy pensando en un Viognier o un Chenin, un Merlot o un Pinot Noir o en la amplia gama de rosados que ahora podemos disfrutar.

A propósito: es notable la voltereta producida en el mercado con los rosados. Actualmente toda bodega que se precie quiere tener su rosé para estar en la onda.

Hasta no hace tanto tiempo los rosados eran vinos de “señoritas”, cosa curiosa habida cuenta de que el argumento alegado y que incluía a los blancos, se basaba en que eran vinitos livianos aunque la graduación alcohólica fuera similar a la de los tintos.

Y así eran las curdas sobrevinientes.

Felicidades de parte de la prima Vera!!!

04 octubre 2010

Hola vino ! - 2

Hay innumerables canciones en todos los idiomas y literatura en prosa y en verso que hacen referencia a la función terapéutica del alcohol para remediar bajones anímicos provenientes de reprobables comportamientos tales como traiciones, infidelidades, abandonos y otros de parecida índole maligna.


En muchos casos el vehículo utilizado es el vino como en la cueca que pide:

Eche otro litro ‘e vino
Don Ceferino
por caridá
Quiero olvidar del todo
y d’este modo, olvidar

Otro litro de vino! Parece que las penas del parroquiano de Don Ceferino tenían una notable capacidad de absorción etílica.

O el caso de aquel inmigrante nostalgioso que en el tango “La cantina” recordaba su lejano paese y mojaba su evocación con “bon vin”.

En algunas ocasiones la búsqueda de solución va combinada con otras terapias:

“y he venido para eso,
a borrar antiguos besos
en los besos de otras bocas”

Nostalgias – Tango – Cadícamo y Cobián

La pretendida salida del deprimente estado anímico es absolutamente tramposa.

El torturante fantasma tal vez se duerma por un rato pero no se muere. Reiterará su visita y lo que el bebedor consigue es agregar a su mal una resaca machaza.

“Quiero por los dos mi copa alzar
para olvidar mi obstinación
y más la vuelvo a recordar”. Nostalgias, again.

En mi opinión lo más preocupante de esta situación es el uso del vino para tan triste e inútil función.

El vino es risueño, alegre, vivaz, gozoso. En ciertas ocasiones se pone serio, formal y profundo pero nunca triste. Siempre se ofrece sin reparos ni egoísmos para permitir una experiencia, solitaria o compartida, única, irrepetible y enormemente gratificante.

No debe entonces usarse como amnésico o analgésico de sinsabores del alma.

Si alguien le sigue atribuyendo al alcohol propiedades apaciguadoras de desazones variadas yo le hago un pedido:

Mamate con otra cosa hermano. No desperdicies el vino.